ESPERANDO UN AUTO QUE SE DETIENE EN EL PORTÓN LOS JUEVES A LA TARDE
Era bella su sonrisa de borracha. Sacó adelante todo lo que tenía que sacar. Los jueves por la mañana entraba leña por las dudas, cambiaba las sábanas. Para estar preparada. Vos sabías que podías caerle con el pan y las uvas, o con las manos vacías, cualquier otro día de la semana.
Las amigas se mueren tanto como te colgaban la ropa al sol. Como te invitaban a tomar wisqui al mediodía. Para despotricar contra amantes alcohólicos, cobardes.
Todas las gotas de todos los vasos, botellas, copas, petacas, botas has meado. Pero de otras cosas no podés deshacerte tan fácil. Llueve del lado de afuera de la ventana. Está encima de ti, con todo su peso. Y vos pensás que esto no lo habían hecho antes. Y pensás que cuando empezás a pensar en las cosas que no habían hecho antes estás frita, scrambled, como huevos para el desayuno. Se llevará pedacitos de vos cuando huya por la mañana.
Hace meses que le estás dando vueltas a eso. Decirle adiós a lo que te hace bien. Dejarlo atrás. Porque sabés que un día te hará mal si no sabés terminarlo a tiempo. Y sabés que no sabés terminarlo a tiempo. Entonces tendrá que ser cuanto antes.
Quisieras hacerlo de una forma natural e invisible. Pero eso no es para vos. Te quedaría escondido el gusto ácido de las uvas que se secan al sol. Que se ven como pasas pero no son pasas. Duelen en la boca. Y además, no podrías escribir el poema. Ni este ni ningún otro. Así que para escribir el poema, tenés que romper primero el nudo que lo ata. Y lo vale. Solo con que el poema fuera bueno lo vale.
El poema ni siquiera es bueno, pensás el martes.
El poema son dos cuchillas que llevás en los ojos pero que desaparecen en la webcam. Se los chupa la tecnología, pensás el viernes.
El poema es necesario, pensás el sábado.
El poema es inútil y decorativo, pensás el domingo.
El poema no es el asunto, pensás otro miércoles cualquiera en un ómnibus de camino al trabajo.
Un lunes de primavera en cualquier ciudad pensás que a la mierda con el poema. Hay que sacarse todo. Desvestir a la amiga muerta. Escribir el poema de alguien que no terminó de escribirlo. Sacarla del silencio.
Hacer un desnudo frente al público es disimular todo lo que está adentro. Mostrar lo de afuera. Es fácil. Siempre ha sido fácil. Ponerle el pecho a las balas.
Existe el riesgo de que algún día seas esa vieja sentada en la silla más cómoda juzgando los poemas de otros. Y recordando recordando recordando estupideces a las que jugaban. El poema construcción de todo. Y nada de lo que hay detrás será recordado por nadie.
Sabías que tenías que mirar en cierta dirección cuando pronunciabas cierto verso pero no lo hiciste. Y entonces en la memoria quedarán otros ocupando tu lugar. Porque no miraste. Porque no dijiste. Porque no sacaste la lengua al final de la actuación. Por si las fotos. O por respeto a las fotos de otros. Fotos en azul y negro. Piernas desnudas en la penumbra.
Nada de eso debería importarte. Ni te importa. La lluvia detrás del cuerpo que abrazás te importa. El cuerpo adentro del ruido de la lluvia no es más que un gesto provisorio. El cuerpo no vive en la lluvia. Vive en un lugar sin poema y sin ventanas. Si es que vive en alguna parte. No sabés. No sabés qué poema escribir, tampoco.
Solo querés divertirte. Despedirte de ese asunto para poder empezar otro. Sin pasado. Sin tanta emoción quebradiza desencajándote las vértebras de su lugar. Mantener la espalda derecha. La dignidad que no sabés qué es ni para qué concha sirve.
Quizá ya es demasiado tarde para la dignidad. Nunca ibas a decir ciertas cosas. Y ya lo hiciste. Ya rompiste la chanchita. El ruido entró al lugar que estaba reservado para otra cosa. Era necesario. Los que lo sabían ya están muertos. El secreto ya no estaba guardado en ninguna parte. Ya no hay copia de seguridad. Y qué vas a hacer vos ahora con los secretos de los muertos.
Cuatro wisquis. Nunca quise a otro hombre como lo quise a él, te dijo. Me resulta difícil decirlo porque yo no creo en esas cosas. Me parecen ridículas, te dijo. Cinco. Creo que si hubiera podido quererlo hasta dejar de quererlo no me hubiera quedado eso así, te dijo. Hubiera dejado de quererlo. Como a todos los demás. O quizás nos hubiéramos muerto borrachos antes de que hubiera tiempo para otros, te dijo. Seis. Somos supervivientes del amor, esa mierda somos.
Y ta. Eso fue todo. Hubo unos jueves a media tarde cada tanto hasta que pasó el tren que se lo lleva todo. Ya no es más superviviente de nada. Y ninguna otra cosa sabés. No sabés lo que pensó mientras se moría. No sabés a dónde va el amante ahora, esos jueves en que la casa se le derrumba.
Ella tuvo un sol un día entre las dunas de la barra. Lo besó hasta que se le secaron los labios. A la vista de todos los ojos del mundo. Vos no tuviste nada. Una lista de horas y días y cosas que no habían hecho antes, como mucho. Es lo único que te queda. Un cuento lleno de mentiras. Vos sabés que es mentira, que es consuelo, que es poema. Que sos un lugar como cualquier otro, un jueves cada tanto. El amor es otra cosa. Otra vida. De un lado, una habitación sin ventanas. Del otro, una moñita que le ponés al deseo para cargar con cierta dignidad los secretos de los muertos.