SOBRE ESTA TIERRA (fragmento)
Tomé todas las medidas de la instalación y arranqué para Montevideo a comprar los materiales. Ella seguirá en la oscuridad, pero yo no. Me bajé en Tres Cruces y me fui a un lugar que me recomendaron, que tiene de todo y a buenos precios. Le fui diciendo al muchacho que me atendió un montón de palabras indescifrables que tenía anotadas. Me sorprendía que él entendiera. Se iba a las estanterías y volvía con rollitos y cajitas. La jabalina para construcción en madera tiene que ser de dos metros, carísima. Él me dice que también hay de uno y medio y que ningún inspector la va a desenterrar para medirla. Dale. Sonrió y me sugirió algunas cositas que faltaban. Para conectar este dadito con ese puente vas a necesitar este tornillito. Le dije a todo que sí y gasté un montón de guita. Además, pesaba como un muerto, sobre todo los rollos de cable. Empecé a dudar si había medido bien, la casa es tan chiquita. Terminé tomándome un taxi a lo de Sylvia. Nos pusimos a charlar y al final decidí que me quedaba a pasar la noche.
Apareció la Punky y me agitó para salir, tomar una, ir a una movida de performance que hay en un sótano acá en Durazno. Dice que es un lugar donde siempre hay cosas buenas, sobre todo bandas. Me siento extraña y libre gastando la noche urbana. Nos compramos una petaca en un veinticuatro horas. Así después, en el boliche, no tenemos que gastar tanto. Una cerveza y con eso estamos. El ruido me perturba un poco pero el aire es muy liviano. Mi cuerpo es muy liviano.
Nos quedamos arriba en el bar, con una gente muy divertida, y no vimos nada de las performances. Algunos del grupo están dale que yendo y saliendo del baño, hablan unos arriba de los otros y piden tragos que no terminan. Yo me pongo a charlar con un tal Gustavo, un tipo muy elocuente, con un humor tonto y encantador y una voz de locutor de radio. Está borracho y se le nota mucho, así que calculo que merca no está tomando. No sé ni de qué hablamos, de cualquier cosa, engancha un tema con otro a una velocidad admirable. Parece que prestara atención a las boludeces que le voy contando. En un momento me dice que si nos vamos a otro boliche. Yo le digo que tal vez me vaya a dormir, que quiero agarrar un ómnibus a las siete de la mañana. Él replica que seguro que para las siete de la mañana ya terminamos el trago. Y bueno, vamos.
Es un momento lindo. La conversación baja un poco el ritmo pero no pierde el encanto. Parece que tira onda pero no propone nada. A lo mejor me hago una idea equivocada. Insiste en pagar la cuenta. Yo insisto en que yo pago mi parte. No logro convencerlo. Me molesta un poco pero termino aceptando. Nos despedimos con un fuerte abrazo en una esquina, creo que en la calle San José. Él arranca para el otro lado.
Crucé el monte para el lado de la carretera. La luna está menguante. Corté dos pinos largos y los dejé secando medio encanutados. Y me traje los únicos cuatro hongos que lograron chupar de algún hueco un resto mísero de humedad para sacar su carne a la superficie. Boletus amarillo fue lo que conseguí. Alguna vez escuché que aparecen con más abundancia en los lugares y momentos donde otros hongos no prosperan. No podría asegurar que sea cierto. Nunca los he visto en abundancia. Son buenos para hacer conserva, pero por lo que traje, voy a tirarlos a la parrilla. Juntar hongos es un puro ejercicio de la calma y la paciencia. Es renunciar a la ansiedad y al deseo de control sobre cualquier cosa. Aprenderlo en los bosques nórdicos, fríos e inmensos fue para mí un cambio de paradigma, como si hubiera podido abandonar lentamente la urgencia de las heridas ardientes, dejarlas que cicatrizaran a su ritmo pastoso, sin saber qué es lo que tendrás para comer más tarde. O para el resto definitivo de las superposiciones del tiempo.
Criatura Editora, 2024
Commenti